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Ruinas de San Juan Parangaricutiro y su guardián, Francisco Lázaro

Ruinas de San Juan Parangaricutiro y su guardián, Francisco Lázaro

Ruinas de San Juan Parangaricutiro y su guardián, Francisco Lázaro

Contraluz

En mi auto voy recorriendo la carretera, los paisajes son dignos de una fotografía pero podría demorar mucho tiempo si me detengo a realizar decenas de postales, hay un perfecto contraste entre el cielo gris y el verde de los cerros, las cimas de estos son cubiertos por un terso algodón, debo continuar mi camino así que mi mirada se centra al pavimento, una ligera emoción me invade por regresar a ese lugar tan lleno de energía.

 

Conforme me acerco, los bosques se vuelven más abundantes, un nublado perfecto me acompaña durante todo mi trayecto, tras unas horas de carretera, un par de flacos equinos dan la bienvenida en la entrada del pueblo, “Angahuan”, así lo confirma una señalética. Algunos chiflidos me obligan a detener mi marcha, un lugareño corre hacía mi auto y me da los buenos días “¿van para el volcán o las ruinas jefe?, tengo el servicio del caballito los llevamos y traemos por 200 pesos”, oferta el hombre y me insiste hasta lograr su cometido.

 

Monta su bestia y me encamina hacía un mirador turístico, no recordaba bien el sitio, un montón de miradas hacía mi se convierten en un caluroso saludo, así avanzo algunas cuadras, pareciera que ahí se detuvo el tiempo, las calles empedradas, las mujeres visten con coloridas faldas, un rebozo pareciera abrazarlas y las arracadas enmarcan una tímida sonrisa, su andar es rápido.

 

Un mirador turístico me recuerda lo diminutos que somos en este planeta tierra, verde por doquier, al fondo, la cúpula de una iglesia le agrega dramatismo al paisaje, tomo un respiro de aire fresco, ese que poco a poco desaparece en mi ciudad natal, tomo mi mochila y emprendo camino.

 

A caballo, tardé un poco más de treinta minutos, un cambio radical de verde a un café cenizo me hace pensar que he llegado a lo que alguna vez fue San Juan Parangaricutiro, uno de los dos pueblos que quedó sepultado aquella tarde de febrero de 1943, la tierra ya es negra y la magnitud de las piedras impresiona. Dejo el caballo y continúo el camino a pie.

Un aroma a leña me abre el apetito, muy amablemente, las cocineras que venden comida en el lugar se acercan para ofrecer una prueba, invitan a que disfrute de algún platillo y prometo regresar.

 

La subida parece difícil, un grupo de personas adelante de mí dificultan el ascenso, se detienen cada dos pasos para tomar una selfie, una de ellas transmite en Facebook para sus contactos. Las imponentes torres de la antigua iglesia sobresalen de los montículos de piedra volcánica.

 

Un anciano que cubre con una venda la cuenca de uno de sus ojos, apoyado sobre una piedra grande, iluminado por la soledad, bebe un poco de refresco y toma un respiro, después del descanso toma de nuevo su bastón, los años ya también lo han deteriorado pero resulta ser su compañía, su apoyo. Comienza su lento andar, el terreno es difícil pero aquel báculo pareciera darle súper poderes, conoce por donde caminar, se detiene y acomoda su sombrero. Nota mi presencia y sonríe, un viejo pirata me da los buenos días e invita a conocer el altar que por alguna obra divina no fue alcanzado por la lava.

 

“Este es mi trabajo, para gente como usted que son fotógrafos les interesa, nosotros trabajamos para contarles la historia”, tartamudeando Lázaro rompe el hielo con estas palabras, sonríe y continúa caminando.

 

Comienza a relatarme la historia de aquel día de febrero, “Fue un sábado en 1943, se sintieron dos temblores, así como los de México cuando murió mucha gente, tronaba la tierra, corría la gente, tomaba a sus bebés y no importaba cerrar la casa, uno de mis vecinos me decía perdóname, perdón porqué ya es el fin del mundo pero no sabíamos que estaba naciendo un volcán. A la mañana siguiente había un cerro negro, las lenguas de lumbre salían y así fueron varios días, enterró a dos pueblos”, con usual emoción narró el hecho.

 

Un grupo de turistas se acercó a la zona, lo saludó y explicaron que querían conocerlo, al parecer Francisco Lázaro ya es parte del atractivo en las Ruinas de San Juan Parangaricutiro, agradezco y me despido del guardián del lugar, enseguida reinicia la historia para los curiosos visitantes, comienzo mi partida, no sin antes haberlo retratado para dar a conocer a este personaje.