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«La aplicación nos tiene esclavizados»: repartidores de comida

Víctor Ruiz/Contraluz

Ya pasan de las 19:00 horas y el estacionamiento de Walt-Mart está semivacío. Alfonso Santoyo ha decidido estacionar su motocicleta, se distrae por más de media hora jugando en su celular y se encuentra a la espera de que la aplicación Uber Eats le notifique sobre algún pedido.

En cosa de cinco minutos, los motores se vuelven una constante por el lugar. Van y vienen. Son otros como él: repartidores de Rappi, Devy, Didi Foot y por supuesto, más Uber Eats.

Ha sido una jornada floja. Alfonso busca sacar lo de la gasolina, la comida del día y si se puede, un poco de ganancia. Con dos años de experiencia, se resiste a irse a descansar. Sabe que un movimiento en falso podría ser fatal para el bolsillo.

«Cómo te diré, esta plataforma nos trae como esclavizados, porque si ahorita yo me muevo, luego luego caen pedidos, no te dejan ir, te manda a otro lado y luego a otro, es como si fuera intencional y uno con la necesidad de estar agarrando los 25 pesos».

Si a esto se le suma que en un par de años se ha triplicado la cantidad de repartidores en la ciudad, la cosa no está como para perder puntos en la aplicación. «Ponle que cuando yo empecé eran 100 trabajadores en todo Morelia, ahorita con todas las plataformas han de ser mil».

De acuerdo a los resultados del pasado mes de diciembre de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOEN) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la tasa de desempleo a nivel nacional disminuyó a comparación del mes de noviembre, pues del 4.4 por ciento de desocupación pasó al 3.8 por ciento.

Aunque los índices muestran una recuperación en tiempos de pandemia, la pregunta sigue en el aire: ¿Qué ofertas laborales y qué tipo de futuro es el que se está ofreciendo? Alfonso podría responderla a sus 20 años de edad, pero por ahora no hay tiempo. Mc Donalds necesita de sus servicios.

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José Guadalupe Villa se jacta de ser de los primeros repartidores de Uber Eats que se tuvieron en la ciudad. La cosa ha ido cambiando desde entonces y aunque a diario le dedica 8 horas al trabajo, las ganancias no están superando los 250 pesos.

También derriba mitos: nada más falso que creer que con el cierre de restaurantes a las 19:00 horas, ellos iban a presentarse como los más beneficiados. «De lunes a juves está muy tranquilo, pues los negocios grandes limitan el servicio, es hasta el domingo cuando surge más trabajo».

Ubicado en la Macro Plaza Estadio Morelos, José Guadalupe explica que el salario que llega a ganar por día pudiera parecer aceptable, el problema es que es un trabajador sin ningún tipo de prestaciones ni seguridad social.

Entre repartidores coinciden en lo riesgoso que resulta estar arriba de una motocicleta durante todo el día, recorriendo las calles de la ciudad y expuestos a un accidente; también están los asaltos en colonias consideradas como inseguras. No hay nadie que responda por ti.

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La pandemia no perdonó al negocio de Miguel Resendiz Alcalá. A sus 40 años de edad, fue sincero consigo mismo y entendió que la compra de ropa no era una prioridad en estos momentos. Presionado por la crisis y las deudas, se vio obligado a experimentar en Uber Eats.

Pronto se daría cuenta de que se trataba de una «auténtica explotación laboral». Los tiempos de entrega eran limitados y si fallaba, siempre era él quien tenía que dar la cara ante los clientes.

Vino lo peor: la paga. De los 30 pesos que obtenía por pedido, tenía que ceder de dos a tres pesos por concepto de impuestos. «Me estaban reteniendo el 20 por ciento del Impuesto Sobre la Renta (ISR) más 16 por ciento del IVA, era algo elevadísimo».

La penúltima semana que laboró para la plataforma, Miguel se encontró con que le habían retenido 855 pesos. Todavía resistió siete días más de trabajo, pero la cifra de impuestos ascendió a mil 250 pesos y fue cuando ya no pudo más.

Entendió que en este negocio todo mundo gana, menos el repartidor. Intentó aclarar la situación, pero en las oficinas donde se contrató no había nadie. Llamó por teléfono, mandó correos y nada. Se dio cuenta que la ficción había superado su realidad, que las políticas económicas más capitalistas se habían anotado otro triunfo a su lista: ahora se trabaja para patrones invisibles.