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Culto a la Santa Muerte en el corazón purépecha

Culto a la Santa Muerte en el corazón purépecha

Contraluz

Aquí la música de banda, el tequila, mezcal y la fe sobran durante varios días seguidos. En Santa Ana Chapitiro, a la orilla del moribundo Lago de Pátzcuaro, se encuentra el adoratorio más grande del estado dedicado a la Santa Muerte.

En esta comunidad de menos de mil habitantes, en su mayoría indígenas, la gente no escatima en rendir culto a su patrona. Lloran, cantan, bailan, fuman, beben y depositan sus ofrendas a las miles de representaciones de “la niña blanca”, “la santa” o “la flaca”, como también la conocen.

El enorme mural que da la bienvenida contrasta con la zona que se ubica en pleno corazón de la cultura purépecha y la Ruta Don Vasco, llamada así por ser parte del recorrido que usaba el evangelizador y primer Obispo de Michoacán.

A un costado del adoratorio, en la iglesia, ambas figuras gigantes conviven abrazando a quienes acuden por ayuda: la Santa Muerte y Jesucristo se muestran imponentes en el altar.

En medio del vaivén de personas, los corridos suenan uno tras otro. A lo lejos, un hombre tímido viste una playera roja y una gorra bélica, de su cuello cuelgan al menos cuatro versiones de su Santa, mientras que en su morral carga algunas pertenencias y parte de su fe.

A comparación del resto, su mirada destaca, se mira más imponente. Entrado en confianza, relata que gracias a su fe, al día de hoy vive alejado de los vicios.

Se llama Ivan Soreque, es originario de Cuanajo, pero viaja en trasporte público desde su comunidad hasta el santuario. La distancia no le pesa y asegura que si fuera necesario, caminaría varios kilómetros para agradecer por los favores recibidos.

“Gracias a ella yo sigo bien, sigo adelante, no tenía empleo y hasta que empecé a creer en ella (Santa Muerte) salí adelante. Gracias a mi santísima muerte me recuperé de las drogas y el alcoholismo”, confiesa mientras carga y exhibe orgulloso la figura de su patrona.

Tras haberse perdido por unos minutos, reaparece con dos cigarros, uno entre su boca, y el otro lo ofrenda.

El estruendo de los tambores y la insistencia de los cascabeles se acercan por el camino. Ya sea maquillados o adornados con coloridas plumas e iluminados por los últimos rayos del sol, danzantes de todo el país viajan hasta este santuario para realizar varios rituales en agradecimiento a la “niña”. Y es que en este territorio, la Santa Muerte nunca descansa.