Con pocos asistentes así fue el informe de AMLO
Andrés Manuel López Obrador es observado por el Ojo de la Providencia masónico. En el Recinto Parlamentario de Palacio Nacional, donde Juárez promulgó la Constitución de 1857, el presidente rinde ahora un nuevo informe de su gobierno. En lo alto de la cúpula del salón, sobre López Obrador, pende ese ojo siempre abierto, también llamado “Ojo que todo lo ve”, ojo omnisciente que es todas las miradas a la vez.
El presidente comparece ante ese ojo que sugiere un símil con el pueblo: “el mismo pueblo ante el que ahora rindo cuentas”, afirma el mandatario.
Ahí, en medio de un recinto que en 1872 fue arrasado por un incendio y se reconstruyó un siglo después, López Obrador sostiene que la política de seguridad de su gobierno ya comienza a dar resultados, que el país se encamina a la paz, que los asesinatos no han aumentado “sensiblemente”.
“Buscamos desterrar las atrocidades de nuestro querido México”, declara el mandatario ante ese ojo que poco más tarde, apenas momentos más tarde, vería la ejecución de 24 personas en un centro de rehabilitación en Irapuato.
“Hemos mantenido la gobernabilidad en el país, la paz y la tranquilidad”, insiste. El mandatario afirma que todos los delitos han disminuido y en el Recinto Parlamentario le brindan aplausos los miembros de su gabinete.
Está aquí también su esposa, Beatriz Gutiérrez, que por la mañana había dicho que no era médica como para atender a las familias de niños con cáncer que han padecido el desabasto de medicinas.
Han transcurrido 24 meses desde que ganó la elección presidencial con 31 millones de votos, pero López Obrador pide otros seis meses para consolidar sus políticas de gobierno, para que los programas sociales lleguen al 70% de las familias del país y así se logre la paz social. Pero hay quien no puede esperar.
Afuera de Palacio Nacional, cuando comenzaba el informe presidencial, madres de personas desaparecidas comenzaban a levantar el plantón que habían instalado desde el 4 de junio, frustradas, dice Karla Guerrero, representante de la organización Mujeres en Busca de sus Desaparecidos, porque en campaña López Obrador había prometido que la justicia para las víctimas de la violencia sería una prioridad de su gobierno.
“Hasta el momento no hemos visto que seamos su prioridad, él nunca se dignó a atendernos cuando le pedimos, durante estos 28 días, una reunión y jamás nos recibió. Nos vamos enojadas, decepcionadas, muy frustradas de tener un gobierno así”, critica.
Con un “recorte exagerado” al presupuesto para derechos humanos y víctimas que no se va a remediar, dice Karla, no tenía caso que las madres continuaran en el plantón con sus problemas de presión alta y diabetes agravándose, como si padecer por la desaparición de sus familiares no bastara.
“Nos retiramos por salud, no nos vamos con todos los acuerdos firmados por el gobierno, pero es necesario, porque la salud de muchas ya estaba desmejorando demasiado”, dice.
El presidente afirma que no puede evitar hablar de la pandemia que ha matado a más de 28 mil personas en México, pero habla de ella como si ya hubiera terminado.
“Ya pasó lo peor de la crisis económica”, sostiene. “La pérdida de empleos también ya tocó fondo”. Entonces agradece que en junio se perdieran “sólo” 83 mil empleos formales, en comparación con los 345 mil del mes anterior. También resalta que aumentaron las remesas enviadas por migrantes en Estados Unidos y que subieron las ventas de tiendas de autoservicio.
No hay que perder la esperanza, insiste el mandatario, que es una “fuerza muy poderosa”. Afuera, frente al Zócalo, desfilaron algunos simpatizantes que aún profesan la esperanza. Hace dos años, tras la confirmación de su triunfo electoral, esta plaza donde caben 100 mil personas estaba desbordada. Ahora, con el Zócalo cercado, vinieron 15 personas que llevan banderas con la imagen del presidente y cantan: “¡es un honor estar con Obrador!”.
“Estamos pasando una pandemia que no quisiéramos que pasara nadie, estamos sufriendo, pero estamos apoyando todavía al señor presidente a pesar de todo”, dice el señor José Flores, transportista, que desde hace cuatro meses está desempleado.
“Hemos estado cuatro meses en casa y la verdad sí lo hemos visto muy difícil, pero no le vamos a echar la culpa al presidente, él no tiene la culpa de nada. A mí me afectó demasiado la pandemia, ya no tenemos dinero ni para comer, pero aquí estamos, me compré esta banderita de 25 pesos, y creo que vale la pena”, dice ondeando la tela que muestra a un López Obrador levantando el dedo pulgar.
“Gracias, gracias por seguir confiando en mí”, dice el mandatario bajo la mirada del ojo que lo observa, hablando desde el sitio donde otros presidentes rindieron protesta en el pasado, como Santa Anna, a quien no quiere parecerse, si su meta es seguir los pasos de Juárez.
Atrás de Palacio Nacional -hogar de López Obrador-, en la calle de Correo Mayor, tras el trajín de comerciantes y compradores que desbordaron las calles como en la vieja normalidad, una mujer se apresura a sacar latas de aluminio de la basura antes de que los trabajadores de limpia se las lleven. Aun así, hay otros ojos que nada de esto ven.
“Fue un mensaje hermosísimo”, resume Javier Jiménez Espriú, secretario de Comunicaciones y Transportes, al marcharse de Palacio Nacional.
«Fue un informe muy bonito, muy real”, secunda Rocío Nahle, de Energía.