#Cultura

Silvia Tomasa Rivera, la voz que clama desde la oscura tierra   

Rosario Herrera Guido 

 

La poesía debe asaltar 

todas las manifestaciones artísticas 

que pretendan ser memorables.

Fernando del Paso

 

Desde hoy la revolución, 

más que de armas, 

ha de ser de ideas justas

y de gran liberación social. 

​Rubén Jaramillo 

 

Ahora sé, por el murmullo del viento

que están atrincherados

a tres kilómetros de Quebrantadero (…)

¿Cuál es el objetivo de replegarse

en la sombra sin  más ruido

que el de los perros ladrando

en la oscuridad?

¿Tirar a las patas de El Agrarista

para que se doble y ruede

por el barranco? (…)

No, el objetivo es darme de balazos,

venadearme de noche 

sin más luz

que la de la luna indiferente

al estado de sitio que prevalece

tratando de amedrentar 

a los hombres

que han perdido la confianza

en su gobierno. 

Silvia Tomasa Rivera

Agradezco la inmerecida distinción de la Diputada María de la Luz Núñez Ramos, para presentar este pasado 28 de junio, en el Salón de Recepciones “José María Morelos Y Pacón, del H: Congreso Del Estado de Michoacán de Ocampo, el histórico poemario e historia poemada “La tierra oscura. Poemas sobre Rubén Jaramillo”, México, Fondo de Cultura Económica, 2023, de la laureara poeta veracruzana Silvia Tomasa Rivera, quien tiene el cordial gesto de dedicárselo a su amiga, la luchadora social María de la Luz Núñez Ramos, Mariú. 

Silvia Tomasa Rivera, Nació en El Higo, Veracruz, el 7 de marzo de 1955. Poeta, coordinadora de los talleres de literatura del crea, Colaboradora de El Nacional, Gilgamesh, La Gaceta del f.c.e.,  La Jornada, Nexos, Punto de Partida, Sábado y Siempre!  Becaria en el género de poesía del inba/fonopas, 1982. Miembro del snca desde 1994. Premio de Poesía Paula de Allende, uaq, 1987, por El tiempo tiene miedo. Premio Nacional  de Poesía Jaime Sabines 1988, por el libro Por el camino del mar, camino de piedra. Premio de Poesía Alfonso Reyes 1991. Premio Nacional de Obra de Teatro para Niños 1991, por Alex y los monstruos de la lomita. Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1997 por Alta montaña, y recién sorprende, después de una extensa y reconocida obra lírica, bucólica, erótica, con un sensible aire de realismo mágico latinoamericano, con un poemario en el que encuentra, como Fernando del Paso, que entre la historia y la poesía no hay más que un pequeño paso. Como destaca su prologuista, Alberto Pulido Aranda: “Silvia Tomasa Rivera, quien vivió en el campo sus primeros años, nos tenía acostumbrados a las flores que matan con su ‘esencia fugaz e intransferible’, ahora da un salto hacia lo histórico demostrando que éste se lleva de maravilla con la poesía.” 

Un poemario que, cual cábala mística, está divido en siete momentos: I) Zapata en Medialuna; II) El amoroso encuentro con Epifanía; III) La persecución; IV) Las engañosas promesas del gobierno; V) El rifle sanitario; VI) Coatetelco y VII) La Traición. Instantes históricos, que bañados por la poética de Silvia Tomasa Rivera, como cantan lo que siempre está sucediendo, tocan la eternidad, pues como enseña Kierkegaard, solo el instante es un átomo de eternidad.

Un acompasado canto, donde en Zapata en Medialuna, “Los ojos del hombre del sombrero / lo habían impresionado, / eran profundos como los de un águila / que mira desde lo alto, / cuántas cosas decían del general, / a quien él tuvo de enfrente / y la dio con sus manos agua fresca.” El agua que bautiza, que da vida y hospeda al adolescente de quince años, que aunque es el hijo mayor y se debe quedar en casa como sostén de la familia se enrola en las filas de los plateados de Emiliano Zapata, hasta que el gobierno cumpla lo que prometió, a pesar de que Madero quiera acabar con el General, porque ya no es necesario, tras el triunfo de la Revolución. Una guerra desnudada décadas más tarde, por los franceses Deleuze y Guattari, para quienes las revoluciones no fueron para derrocar una dictadura sino para instalarla. Como canta Silvia Tomasa: “Es mentira compadre / no nos han dado nada / estamos / peor que antes y ahora con los / maderistas encima. / Zapata cada vez más debilitado, / en cualquier rato lo van a matar.” Por eso el joven “ya descolgó el rifle / que estaba en el travesaño / y puso su nombre / en el reverso de la culata, / bien claro se lee: Rubén Jaramillo.”Un joven que conocería la guerra, pero no cuándo terminaría. Pero estaba llamado a ser líder de una historia que sangra por las praderas y destinado a esconderse en la montaña entre las montañas, en busca de  justicia para los que trabajan la oscura tierra. 

“Un aullido desde el fondo del cerro lo hizo estremecer; el Chalchi está situado en una colina donde los vientos se regresan y el eco natural que debe extinguirse, que atrapado como si un coyote o una jauría los estuvieran rodeando a media noche. ¿Tienes miedo, muchacho, extrañas tu cama blanda?” Una imagen que es imposible no asociar con la poética del realismo mágico de Luvina de Juan Rulfo: “Dicen los de Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único que vi subir fue el viento, en tremolina, como si allá abajo lo tuvieran encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco untadas a la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de los montes.”   

Lejos del fuego, con hambre y sin mujer, nomás oteando a los soldados por los llanos, para levantar el vuelo hasta donde las águilas dominan el paisaje, una lechuza y los cocuyos llevaron una noche al joven Jaramillo a acurrucarse ante el fuego: “Vamos a tener un hijo, / abre tu pensamiento / ábreme tu pecho Epifanía, / para entrar / en un lago de tules / como si estuviéramos / en Tequesquitengo, protegidos / cuando los vientos golpean / los tejados, / y la lluvia cae / a borbotones / sobre el espejo del lago.” Pero un día, cuando baja a ver a su amada, no solo sabe que lo vienen siguiendo, sino que tal vez ya pueda tener a su amada entre sus brazos: “Soy un peligro para ti, / ésta es la última vez / que vengo ver / en condición de prófugo. / El día que regrese / será porque soy libre / y el gobierno haya saldado / las cuentas con nosotros y no al revés. El Gobernador Jesus Castillo pretende / desplegar en los próximos tres meses / a diez mil armados / entre miembros del ejército / y defensas rurales, / solo para enfrentar a Rubén Jaramillo, / quiere que me lleven con él / vivo o muerto”. 

En Tetela del Volcán, pueblo de Morelos, los campesinos se sienten seguros. Porque ahí gravó el Plan de Ayala, como cincelado en piedra, el maestro Otilio Montaño, consejero de Zapata, a quien después fusilaron los hijos de la Revolución o los hijos de la chingada. Por lo que Jaramillo se interroga: “¿Qué me puede esperar a mí, / que solamente / soy luchador social / sin protección Alguna?” 

“Fincar una casa / y proyectar un sembradío / no debe ser motivo de muerte.” Pero los hijos de la revolución, que siguen sin leer el Plan de Ayala y sin definir el principio de Tierra y Libertad, tras que asesinaron a traición a Zapata, se propusieron acabar con su herencia. Por eso “Quieren matarme / porque organicé a los que andaban / sueltos, los desarraigados (…) son papel picado, / una bandera que alzan / para mantenerse en el poder.” 

Como dice Octavio Paz en el clásico Laberinto de la Soledad, sólo Emiliano Zapata planteó con claridad el problema. Su programa contenía pocas ideas, pero las indispensables para estallar las formas económicas y políticas que oprimían. Los artículos sexto y séptimo del Plan de Ayala, que preveían el reparto de las tierras, implicaban la liquidación del feudalismo y la institución de una legislación para un México contemporáneo. Pero como las revoluciones desembocan en la adoración a los jefes, Carranza promueve «el culto a la personalidad», que continúan Obregón y Calles, lo que denuncia el fracaso ideológico de la Revolución, que exige un compromiso: la Constitución de 1917, para no volver al mundo colonial. La Revolución Mexicana hizo suyo el programa de los liberales, con su división de poderes (un problema por resolver en México hasta nuestros días), con su federalismo teórico y su negación de la realidad, lo que condujo otra vez a la mentira y la simulación. Y los legisladores y las clases dirigentes de México se redujeron a colaborar como administradores y socios del poder capitalista y los gobiernos en turno. Los empresarios, los banqueros y los poderes fácticos, de hecho y no de derecho, cumplen la función de los latifundistas porfirianos. Y tras el período militar, jóvenes intelectuales colaboraron con los gobiernos revolucionarios, como consejeros de legisladores, generales, líderes campesinos o sindicales y caudillos en el poder. (Octavio Paz, El laberinto de la soledad, F.C.E., 1993:155-160).

“Como palomas mensajeras, / pedimos un pacto de paz / y que nos dejen actuar conforme / al derecho que nos heredaron / y ellos nos responden / con amenazas de muerte. / No tenemos ni a quién acudir, / el congreso y el presiente son la misma cosa, / necesitan aprender a escuchar / nosotros solo necesitamos tiempo (…) Tenemos escondidas las armas en las entrañas del chalchi.”

Elpidio Perdomo García, gobernador de Morelos, le tiende una emboscada a Rubén Jaramillo, quien se avienta de su caballo y se arrastra entre las hierbas hasta el agotamiento, donde lo encontraron las mujeres y se lo llevaron a Elpidia. Por ese tiempo, el general Lázaro Cárdenas le regala a Jaramillo un caballo, El agrarista, para que le cuide las espaldas, “-Gracias, general. Gracias / señor presidente, / con razón los Yaquis le dicen Tata. / -Tú dime compadre / y no te pongas contra mí. / No solo la tierra, también la paz / es de quien la trabaja.”

Allí va Rubén Jaramillo /montado en El agrarista /que el Tata le regaló /al último zapatista.

La traición se escucha en el murmullo del viento, que delata que las guardias rurales estén atrincheradas, acechando los cascos de El Agrarista; no para tirar a la noble bestia hacia el despeñadero. “No, el objetivo es darme de balazos, / venadearme en la noche / sin más luz / que la de esa luna indiferente / al estado de sitio que prevalece / tratando de amedrentar / a los hombres / que han perdido la confianza en su gobierno.”

Una traición que se repite, como la de Zapata, como diría Nietzsche: el eterno retorno de lo mismo; y Gilles Deleuzeagregaría: palimpsesto del poder, ese término pictórico que refiere a esas viejas pinturas que al descarapelarlas mostraban otra vieja escena, con otros paisajes, personajes y colores, pero con el mismo tema;  una repetición con diferencia pero conservando lo esencial.: la ambición y la miseria del poder, paradójicamente su impotencia. Porque la búsqueda desesperada del poder, no es más que de los impotentes,  como dijo Etienne de la Boétie desde siglo XV, en El discurso contra el Uno o de la servidumbre voluntaria: “Qué podemos hacer, / frenar la lucha / como quien prende la lumbre / para apagarla / después con los orines del miedo? / No hay marcha atrás / en el movimiento, / necesitamos un estruendo que surja / del corazón de la montaña, / de los rayos del sol, /  del sembradío. /Necesitamos de la fuerza de las mujeres / que hasta ahora padecen / lo mismo que Nosotros. / La noche se alarga / rumbo al tecorral de Xochicalco / donde lo llevaron con toda su familia. / No pudo ver, en la vigilia del sueño, las sobras blancas / que se movían en el patio / abriendo sigilosas / la puerta de golpe. / Los emisarios vestían ropa de manta, / sombreros de paja y huaraches / como los campesinos. / Detrás de ellos los soldados / cortaban cartucho. / La traición abrió fuego / cumpliendo la orden del amigo / Que todo lo sabía / desde el nombre del hijo / que iba a nacer, / hasta el calibre de las balas / del máuser / en el pecho del hombre / que un día tuvo en su historia, / un pequeño arsenal enterrado bajo la ceiba.”

 

Se lo advirtieron con tiempo

Rubén te van a matar. 

Si lo hicieron con Zapata

contigo no han de Tardar. 

Mataron a Jaramillo / cerquita de un tecorral

la bala salió directo / de Palacio

Nacional. 

Una traición historiada y poemada por la poeta Silvia Tomasa Rivera, que evoca los Recuerdos del porvenir de Elena Garro: “Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior. Sólo un instante antes de morir descubren que era posible soñar y dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente(…) Durante unos segundos vuelven a las horas que guardan su infancia y el olor de las hierbas, pero ya es tarde y tienen que decir adiós y descubren que en un rincón está su vida esperándoles y sus ojos se abren al paisaje sombrío de sus disputas y sus crímenes y se van asombrados del dibujo que hicieron con sus años.”  (Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, México, Joaquín Mortiz, 1963:249).